Louann Brizendine, El cerebro masculino, Barcelona: RBA Libros, 2010, 368 p
Lamento que los términos para referirme a la segunda entrega de Brizendine con los resultados de sus investigaciones sobre la inter-relación sexo —macho / hembra— y cerebro no sean tan elogiosos como los referidos a la primera con respecto a su libro El cerebro femenino. Hay un dicho popular en nuestra lengua, tan castizo como añoso, que reza “segundas partes nunca fueron buenas”, y me temo que éste es un buen ejemplo de ello.
Ya hacia el final del libro, en el capítulo sobre la madurez sexual, Brizendine destaca que es en esta fase vital cuando los cerebros masculino y femenino más se asemejan morfo-fisiológicamente, lo cual tiene su lógica, al haberse ya clausurado en ambos sexos las funciones reproductivas, que son las que ‘orientan’ (desde una base evolutiva transpuesta luego a la fisiología) las inclinaciones conductuales de unas y otros. Con la disminución de las diferencias cerebrales también retroceden las divergencias en la conducta, de modo que las parejas que han sobrevivido juntas al carrusel hormonal del cónyuge y al suyo propio suelen hallar en esta etapa vital un remanso de paz y descubren gratamente que la convivencia es más fácil que nunca. Actualmente, además, debido al crecimiento en la esperanza de vida, la posibilidad de convivir con los nietos facilita que sea posible una fase de cierto bienestar y conciliación hacia el final de la vida.
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